ANOCHE SOÑÉ QUE ERA EXTRANJERO
Y no sabía a qué país pertenecía. Acaso se pertenece a uno cuando toda Latinoamérica es libre. Pero qué es uno en un lugar desconocido. Tuve una respuesta, significa la oportunidad de pasar desapercibido y llenarse de todas las cosas que jamás hubiéramos imaginado que existieran en la tierra. Anduve calles completas y saludé en mi lengua, que era la misma en tantos lugares, primera gran sorpresa, abracé a desconocidos y me senté en cincuenta banquetas donde pregunté por sitios, donde sonreí con chicas tan iguales y tan diferentes a mí, yo que siempre creí que las distancias hacían a los seres humanos más fríos.
Recuerdo que no tenía miedo, de pronto eso era lo que siempre quise ser, un extranjero, no tener patria y sentir que mis pies no encontraban la diferencia de la tierra que pisaban. Lo que sí era diferente era el acento, ‘acentico’ dirían en uno de esos lugares donde estuve, localismos que se comprendían con una breve aclaración. Pero créanme, era hermoso, las calles empedradas, grandes montañas nevadas, volcanes caprichosos que alarmaban por días, mares azules que compartían el horizonte con el cielo. Alguien se me acercó y me preguntó si conocía un lugar, increíblemente supe, di las coordenadas adecuadas y aquella mujer morena sólo se disculpó agregando que ella no era de allí. Quién es de algún sitio.
No sé si me entiendan, quizá pueda bastarles con que me comprendan y me dejen contarles otras cosas. Pude cruzar varios países como si cruzara el corredor de la casa de la abuela, que por cierto, ella sí fue extranjera en distintos momentos, Centroamérica era su terreno. Es verdad que no puedo decirles qué países eran los que cruzaba, al menos en cuanto desperté la memoria se me había borrado, como si el cerebro me dijera que sólo era para mí, que jamás podría volverlo a vivir más que soñando. Eso fue lo que me dolió. Un sentimiento de tristeza me invadía el pecho, pues medio día y después la tarde. Les pregunto si alguna vez han imaginado ver la caída del sol en unas montañas muy altas donde las flautas y las quenas se acompañan en gritos de esperanzas y utopías. Me gustaría preguntarles si han visto nevar en Buenos Aires mientras en un café alguien toca un bandoneón y el mate se sirve y se bebe lentamente, como es la vida en el sur. Alguien dijo una noche de poesía, Perdí el sur y me dolió. También me dolería si lo perdía, por fin lo había encontrado y quería aferrarme a él, tratar de ser sincero con él, confesarle que desde pequeño me dejé el cabello largo para medirme las venas abiertas en los tiempos de las grandes crisis.
Al fondo alguien daba un grito de candela, Hay hombre, decía. Me detuve en una esquina mientras miraba cómo el acordeón lloraba con acordes de un vallenato. Pero cruzando la acera un tipo dominaba un balón de fútbol, en su espalda el diez y con camisa amarilla y pantalones azules. Mira que era bueno, parecía un rey, y realmente lo era. De súbito un poeta decía No sé si alguna vez les ha pasado a ustedes, de súbito un escritor seguía buscando a la Maga, todos estaban allí, una bachata, música llanera, un buen son y un gran merengue. Allí andaba yo, en medio de aquel carnaval que no acabaría, que no despertaría, que era tan sueño que jamás se convertirá en una pesadilla.
Pero también vi a niños llorando, a niñas violadas, los derechos humanos estaban pisoteados, los indígenas, los pueblos, los campesinos, los puños levantados, las banderas ensangrentadas, los soldados en la calle, Milicos de mierda, gritó Machuca, yo lo escuché. También eso significaba ser extranjero, coger un arma y salir corriendo para vaciarlo sobre aquel que había irrumpido la libertad de países que por fin saborearon la briza en sus mejillas. Ser extranjero era perderle el miedo al enemigo, al que se hacía viejo en el poder, al que no hubiera permitido que estas palabras las estuvieran leyendo, al que me hubiera mandado desaparecer. Incluso a mí también me tocó una persecución, a punto estuve de perder la vida, en mi sueño, abrase visto semejante injusticia, si yo sólo era un visitante. Mentira, pertenecía a ese territorio, era parte de mis hermanos que me estaban esperando. Me invitaron al exilio y yo acepté, me prometieron que algún día volveríamos a ver a nuestros padres, a nuestros hermanos, yo sólo puede decirles que aunque no sucediera de ese modo me iba con ellos. Con ellos me fui en mi sueño, la comida era escasa, los reclamos muchos y los amores sureños se fueron convirtiendo en mis musas para hacer poesía, para escribir canciones y novelas, para hacer dormir a un niño de El Salvador, pues los milicos se llevaron a su hermano por vivir en las montañas. No me arrepiento de haberme enfilado, incluso de haberme perfilado para darle un puntapié al soldado que no quería más golpes, que le perdonáramos la vida, que nos daría información. No, imposible, nunca di concesiones al enemigo, así que tuvo que morir.
Cuando por fin la Guerra fue la paz del futuro todo quedó en calma, los mares aplacaron sus olas, las montañas cesaron sus vientos, los ríos calmaron sus corrientes, los ojos evitaron sus lágrimas y los abrazos abrazaron más fuerte. Las calles ya no estaban mojadas de sangre, ahora era una pequeña llovizna que me hizo recordar de dónde era, pero me advirtió que ya no le pertenecía, que mi pluma, mi voz y mis puños eran de Latinoamérica libre, la que volvió del exilio, la que secó sus llantos y enterró a sus hermanos que murieron sin tener alguna culpa. Desperté triste, tarde y con nostalgia. Nostalgia de lo que no había vivido, nostalgia de lo soñado, lo que es más doloroso. Y es que era tan real. Se los juro.
Tanto experimenté en un solo día, en un breve espacio, en una triste canción, con un macho mariachi, con salsa y tango, con quena y palmas, conmigo existiendo por primera vez. Ahora, ya despierto, qué les puedo decir, no he vuelto a tener un sueño como aquel. Me quedo callado y me imagino el día que sea verdad, cuando un avión espere por mí, llegar tarde al aeropuerto sería una ironía, pero sería capaz de hacerlo. Escribiría diario, llamaría por teléfono, mandaría postales, presentaría a las personas que he conocido, me enamoraría, me casaría, me divorciaría y me volvería a casar. Mis esquelas estarían dedicadas a mi patria entera, a mi sur eterno, a mi alma sureña, a mis lágrimas tan vivas que mueren de tanto esperar. Recordaría a mis amigos, a los que siguieran vivos y a los que mueran en este tiempo. Pero por favor yo no quiero morirme aún, no sin antes darle un beso a una argentina, mirarle las caderas a una colombiana, decirle hola a una peruana, beberme una cerveza con un paraguayo, besar a la maga de Cortázar, hacer tantas cosas que me duelen antes de vivirlas. Me naturalizo Latinoamericano.
Si tan sólo fuera un poco a lo que quiero ser en la vida, si tan sólo lograra uno de mis sueños, son tantos pero no imposibles. Si tan sólo alguien se acercara a mí para darme un fuerte abrazo y me dijera que la esperanza ha muerto y resucitado en sueños. Si tan sólo volviera a dormir y un brasileño me invitara a una samba. Olvidaría cerrar la puerta, abriría el corazón y me aferraría a los países sin fronteras, sin engaños, sin injusticias. Si tan sólo pudiera ofrecerle algo más a mi nación, si tan sólo pudiera un día gritarle a Latinoamérica lo que ahora sólo ustedes pueden leer.
Me quedo en mi jardín por ahora, y es que ya es muy noche y no tengo sueño. Me he enfermado de insomnio, nunca más podré soñar, la realidad se apodera de mí y me espanta, se parece a la muerte, se me figura ingrata y si ella no quiere no me dejará empacar un par de libros y mis alpinistas que me ayudarían a escalar montañas.
Ojalá un día firme muy lejos de ustedes, tan lejos de mí, tan cerca de alguien que me pida que me vaya a dormir, que por fin todo ha dejado de ser un sueño.
Hasta ese momento entonces.
Josué Dante
No hay comentarios:
Publicar un comentario