
Me gustaría preguntarte por los muchachos del barrio, saber qué ha sido de ellos en todo este tiempo, pero sé que me responderías que no han dejado de ser los mismos vagos de cuando yo rondaba con ellos las ventanas de mozuelas, cantando con la guitarra y huyendo de los padres incomprensibles de nosotros los jóvenes enamorados. Cuántas veces no llegamos a casa y te pedía que nos invitaras a tu mesa para compartirte las alegrías de la jornada que ya había terminado, eran las noches mis mejores momentos y nunca pudiste comprenderlo, hasta hoy sigo con esa manía. En ellas he encontrado las mejores cosas de la vida, no niego que igual los lamentos me han tocado por esas horas, que para ti nunca dejaron de ser las peores, pero aunque no lo quieras creer me he enamorado más de tres veces mientras la luna testifica a mi favor. Mamá, cómo te cuento las estrellas si cuando pretendo volver con mi memoria a mi vieja alcoba sencillamente me arrebata las lagrimas y me pongo el saco del hijo mal agradecido. Creo que la distancia es mi mejor sitio, allí me encuentro conmigo que cada día me gusto más, pero tampoco te atreves a visitarme, de darme la sorpresa de tus huellas sobre la arena de la playa, de decirme que disfrutas de la caída de las olas y del horizonte convexo donde confundes el cielo con el mar. No me ofende, pero te aseguro que sería un buen regalo de cumpleaños, que desde que me encuentro aquí ya no me acuerdo de cuántos tengo, quizá te escribí para que me lo recordaras tú.
No te niego que extraño a la gente, que hay ocasiones en las que me siento solo, más solo que cuando tú y papá discutían por mi culpa. Salgo a caminar mientras amanece y la tristeza me embarga pero no se lleva todo, se le olvidan mis recuerdos y con eso renuevo mis deseos de seguir aquí. Mamá, no soy un cautivo, sencillamente el mundo y el tiempo no son la misma cosa, el viento pasa frente a mi caballa y pareciera que prefiere quedarse una rato más antes de querer partir hacia la ciudad, pero allí estás tú y prefiero que esté contigo, aquí hay de sobra. Pero ahora déjame decirte que tus abrazos son insustituibles, sobre todo cuando las famosas depresiones me invitan a los pasos de Alfonsina, me gustaría llorar reposado en tu pecho, hasta atreverme a decirte que olvidé ir al dentista antes de alzar el vuelo, tus regaños no se harían esperar, pero estos son los tiempos cuando más los extraño. Tus jalones de oreja sólo lograban que yo volviera al camino programado, pero esta insistencia de conocer el mundo me obligó a terminar la carrera cuando antes y dejar colgado en la pared de tu cocina cuatro años de lecturas. No culpes a nadie de esta indisciplina que siempre quisiste conservar, incluso los maestros no fueron responsables, que me lo he buscado solo y ahora que lo he logrado quisiera disfrutarlo más de lo que lo estoy sufriendo. Es tan extraño saberte lejos y a la vez tan cerca de mí, sucede cuando te invoco, llegas sin avisar y te instalas, yo me acurruco y ya no quiero que te regreses a la vieja casa, y de pronto despierto y me sigo negando a regresar, aquí me quedo.
Ahora quiero saber sobre mi padre, de qué va la vida del viejo, sigue frente al televisor y al diario como buen hombre de viejos logros. Dime que lo sigues amando como cuando se conocieron, recuerda que a mis hermanos y a mí siempre nos dijeron que habían librado las batallas más sangrientas para seguir juntos. Pero no importa, les creí cada una de las aventuras y cuando él te cogía la mano para caminar el parque frente a la casa las imágenes poéticas se hacían presentes. Esos eran mis viejos, sólo espero que sigan siendo los mismos sin que alguien pretexte que los tiempos cambian, por qué ellos no deberían hacerlo. Así mismo mis hermano, el pequeño sigue siendo el travieso de siempre, lo estoy imaginando, no quiero asegurarlo, pero apuesto a que no me equivoco. Seguramente la adolescencia ya está haciendo mella en su existencia, compréndelo mamá, las cosas pasan por alguna razón y vale más no pretender explicarlas. Es que después de tantos años sólo se me ocurre que la vida no pasó de largo por nuestra calle, todos nos encargamos de eso, yo escribía en mi diario mientras tú recordabas los guisados de la abuela que ahora eran tan tuyos. Mi querida vieja, si supieras que me hace feliz escribirte, si imaginaras que si algún día vuelvo será para verte sonreír y volver a desaparecer, ojalá comprendas esto último que te acabo de decir. Finalmente allí están todos, escuchando la radio, viendo las comedias, leyendo un libro de marxismo, aborreciendo las malas noticias y cazando las buenas, izando la bandera a media hasta cuando un integrante del clan muere. Creo que sólo puedo decir que sigan así, que yo estaré bien y no estoy mintiendo, mis palabras últimamente mienten menos. Y aunque no lo creas, rezo por ustedes a pesar de que sigo sin hacerlo por mí.
Antes de partir se me olvidó contarte que dejé olvidado algunos amigos de la universidad, seguramente fueron a preguntar por mí y no supiste qué decirles, quizá hasta lamentaron que yo ya no estuviera para las tertulias que organizábamos los viernes después de clases. Lo que quiero decirte es que me traje conmigo una foto donde estábamos tras una mesa de algún café, al fondo alguien cantaba una canción que coreábamos y que no resistíamos más, nos abrazamos. Esa misma noche les di la noticia pero nadie me creyó, hicieron caso omiso y en más de una ocasión se mofaron, pero eran mis amigos y no había dado ningún motivo que se los sugiriera. En fin, no se me ocurrió avisarte que en el buró de mi alcoba guardé una carta para ellos, no sé si diste con él o quizá sí se los entregaste.
Mamá, creo que ha llegado la hora de despedirme, sé que esto no lo hago bien y que una carta a una madre jamás termina siendo lo que se pensó en un principio. Aquí me quedo mamá, no pretendo volver, espero que un día te atrevas a venir, yo te recibiré y seguramente comprenderás por qué me aferro a esta orilla. Soy poeta mamá, las musas tampoco se van de la playa, aquí se guardan y sólo cuando lo consideran necesario parten en su vuelo de emergencia. Más tarde en el tiempo seré lo que parezco, o lo que pienso, o seré lo que allá no podré. La vida es una locura mamá, me lo habías dicho y te hice caso desde un principio, pero es esta la vida que he elegido y a pesar de esa locura me quedo con ella, de todas es la que mejor se acomodó entre mis labios. Lo triste será quizá mandarte una foto y que descubras que no hay nadie más a cientos de kilómetros, sólo mar, agua hasta la vuelta de cerro.
Salúdame a todos los que quedan, si me recuerdan diles que estoy bien, que guardo con recelo sus rostros, que si pueden que me manden fotos de sus casas. Hasta siempre mamá, no olvides que no soy el último de tus hijos y que ahora ya no hay sol y comprenderás que me es imposible seguirte escribiendo.
Te quiero.
La playa
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